Los indicadores empeoraron y los impactos del cambio climático se agravaron en 2020
19 de Abril 2021. El 2020 fue uno de los tres años más cálidos de los que se tiene constancia, a pesar del fenómeno de enfriamiento de La Niña
Los fenómenos meteorológicos extremos, junto con la COVID‑19, asestan un golpe por partida doble
Nueva York/Ginebra, 19 de abril de 2021 (OMM) — La combinación de los fenómenos meteorológicos extremos y la enfermedad por el coronavirus de 2019 (COVID‑19) asestó un golpe por partida doble a millones de personas en 2020. Sin embargo, de acuerdo con un nuevo informe compilado por la Organización Meteorológica Mundial (OMM) y una amplia red de asociados, la desaceleración de la economía relacionada con la pandemia no logró frenar los motores del cambio climático ni la aceleración de sus impactos.
En el informe sobre el estado del clima mundial en 2020, se documentan algunos indicadores del sistema climático, entre los que se incluyen las concentraciones de gases de efecto invernadero, el incremento de las temperaturas terrestres y oceánicas, el aumento del nivel del mar, el derretimiento del hielo, el retroceso de los glaciares y los fenómenos meteorológicos extremos. Asimismo, se ponen de relieve las repercusiones en el desarrollo socioeconómico, las migraciones y los desplazamientos, la seguridad alimentaria, y los ecosistemas terrestres y marinos.
El 2020 fue uno de los tres años más cálidos de los que se tiene constancia, a pesar del fenómeno de enfriamiento de La Niña. La temperatura media mundial fue de aproximadamente 1,2 °C superior a los niveles preindustriales (1850‑1900). Los seis años transcurridos desde 2015 son los más cálidos de los que se tienen datos. La década de 2011 a 2020 fue la más cálida jamás registrada.
“Han pasado 28 años desde que la Organización Meteorológica Mundial publicó el primer informe sobre el estado del clima en 1993, debido a las inquietudes que se plantearon en ese momento acerca del cambio climático previsto. Si bien la comprensión del sistema climático y la capacidad informática han mejorado desde entonces, el mensaje básico continúa siendo el mismo. Además, ahora contamos con datos correspondientes a 28 años que demuestran el considerable incremento de la temperatura en la tierra y el mar, así como otros cambios, por ejemplo, el aumento del nivel del mar, el derretimiento de los hielos marinos y glaciares y las modificaciones en la distribución de las precipitaciones. Todo ello subraya la solidez de la climatología basada en las leyes físicas que rigen el comportamiento del sistema climático”, afirmó el Secretario General de la OMM, profesor Petteri Taalas.
“Toda la información sobre los indicadores climáticos fundamentales y los impactos conexos que se brinda en este informe pone de relieve el avance constante e implacable del cambio climático, el aumento de la incidencia y la intensificación de los fenómenos extremos, y los graves daños y pérdidas que afectan a las personas, las sociedades y las economías. La tendencia negativa en lo que respecta al clima continuará durante las próximas décadas, independientemente de los resultados favorables que obtengamos de las medidas de mitigación. Por lo tanto, es importante invertir en la adaptación. Una de las formas más eficaces de adaptarse al cambio climático es invertir en los servicios de alerta temprana y las redes de observación meteorológica. Varios países menos desarrollados presentan grandes deficiencias en sus sistemas de observación y carecen de servicios meteorológicos, climáticos e hidrológicos modernos”, agregó el profesor Taalas.
El profesor Taalas, junto con el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, presentó el informe emblemático de la OMM en una conferencia de prensa celebrada el 19 de abril, como preludio de la Cumbre de Líderes sobre el Clima, convocada por los Estados Unidos de América y que se celebrará de manera virtual los días 22 y 23 de abril. El presidente Biden procura impulsar los esfuerzos de las grandes economías para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y cumplir los objetivos del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático tendientes a mantener el aumento de la temperatura en este siglo muy por debajo de 2 °C con respecto a los niveles preindustriales, y limitarlo a 1,5 °C, si fuera posible.
“En este informe se demuestra que no hay tiempo que perder. El clima está cambiando, y los impactos ya son demasiado perjudiciales para las personas y el planeta. Es indispensable adoptar medidas este año. Los países deben comprometerse a lograr emisiones netas de valor cero, a más tardar, en 2050. Deben presentar, con la suficiente antelación al 26º período de sesiones de la Conferencia de las Partes que se celebrará en Glasgow, planes nacionales sobre el clima ambiciosos en virtud de los cuales se reduzcan, de manera colectiva y a más tardar en 2030, las emisiones mundiales en un 45 % respecto de los niveles de 2010. Asimismo, deben adoptar medidas de inmediato para proteger a las personas de las consecuencias desastrosas del cambio climático”, aseveró el Secretario General de las Naciones Unidas.
En 2020, la COVID‑19 sumó una nueva y lamentable dimensión a los peligros relacionados con el tiempo, el clima y el agua, con un amplio abanico de impactos combinados en la salud y el bienestar de los seres humanos. Las restricciones de circulación, la contracción de la economía y las perturbaciones en el sector agrícola exacerbaron los efectos de los fenómenos meteorológicos y climáticos extremos a lo largo de toda la cadena de suministro de alimentos, lo cual incrementó los niveles de inseguridad alimentaria y retrasó la entrega de asistencia humanitaria. La pandemia también dificultó las observaciones meteorológicas y complicó los esfuerzos de reducción de riesgos de desastre.
En el informe se explica de qué manera el cambio climático supone un riesgo para la consecución de muchos de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, a través de una cadena en cascada de fenómenos interrelacionados, los cuales, a su vez, pueden contribuir a reforzar o agravar las desigualdades actuales. Asimismo, podrían generarse circuitos de retroalimentación que amenacen con perpetuar el círculo vicioso del cambio climático.
La información que figura en este informe procede de diversos Servicios Meteorológicos e Hidrológicos Nacionales e instituciones asociadas, así como de Centros Regionales sobre el Clima. Entre los asociados de las Naciones Unidas se incluyen la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Comisión Oceanográfica Intergubernamental (COI) de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y la Organización Mundial de la Salud.
El informe constituye una actualización de la versión provisional publicada en diciembre de 2020 y está acompañado de un mapa histórico sobre los indicadores climáticos a escala mundial.
Gases de efecto invernadero
Las concentraciones de los principales gases de efecto invernadero siguieron aumentando en 2019 y 2020. El promedio mundial de las fracciones molares de dióxido de carbono (CO2) ya ha superado las 410 partes por millón (ppm), y si se mantiene la tendencia de la concentración de CO2 de los años anteriores, podría alcanzar o superar las 414 ppm en 2021, según se desprende del informe. El PNUMA señala que la desaceleración de la economía redujo temporalmente las nuevas emisiones de gases de efecto invernadero, pero no tuvo un impacto tangible en las concentraciones atmosféricas.
Océanos
Los océanos absorben hasta un 23 % de las emisiones anuales de CO2 de origen antropógeno en la atmósfera y actúan como un amortiguador del cambio climático. Sin embargo, el CO2 reacciona con el agua de mar y disminuye su pH, lo que da lugar a la acidificación de los océanos. Esto, a su vez, reduce la capacidad de los océanos para absorber CO2 de la atmósfera. De acuerdo con la COI de la UNESCO, la acidificación y la desoxigenación de los océanos han seguido produciéndose, lo que ha incidido en los ecosistemas, la vida marina y la pesca.
Los océanos también absorben más del 90 % del exceso de calor generado por las actividades humanas. En 2019 el contenido calorífico de los océanos alcanzó el nivel más alto del que se tenga registro, y es probable que esta tendencia se haya mantenido en 2020. De acuerdo con el Servicio de Vigilancia Medioambiental Marina de Copernicus de la Unión Europea, la tasa de calentamiento de los océanos en el último decenio fue superior a la media a largo plazo, lo que indica una absorción continua del calor atrapado por los gases de efecto invernadero.
En más del 80 % del océano se produjo, al menos, una ola de calor marina en 2020. El porcentaje del océano en el que se registraron olas de calor marinas “fuertes” (45 %) fue superior al correspondiente a las olas de calor marinas “moderadas” (28 %).
Se ha observado un aumento del nivel medio del mar a escala mundial en todo el registro de altímetros de satélite (desde 1993). Sin embargo, recientemente el nivel medio del mar ha aumentado a un ritmo más rápido debido, en parte, al mayor derretimiento de las capas de hielo de Groenlandia y la Antártida. El leve descenso del nivel medio del mar a escala mundial que se registró en el verano boreal de 2020 probablemente haya obedecido al desarrollo de las condiciones de La Niña. En general, el nivel medio del mar a escala mundial continuó aumentando en 2020.
Criosfera
Desde mediados de los años ochenta, las temperaturas del aire en superficie del Ártico se han elevado, al menos, dos veces más rápido que la media mundial. Esta situación podría tener importantes consecuencias no solo para los ecosistemas del Ártico, sino también para el clima mundial debido a diversos circuitos de retroalimentación, por ejemplo, las emisiones de metano a la atmósfera causadas por el deshielo del permafrost.
En 2020, el valor mínimo de extensión del hielo marino en el Ártico luego del deshielo estival fue de 3,74 millones de km2; desde que se tienen registros, esta fue la segunda vez que se ha reducido a menos de 4 millones de km2. En los meses de julio y octubre se observó una reducción sin precedentes de la extensión del hielo marino. Las temperaturas máximas récords que se registraron al norte del círculo polar ártico en Siberia provocaron una aceleración del derretimiento del hielo marino en el mar de Siberia oriental y el mar de Laptev, en los que se produjo una ola de calor marina prolongada. El retroceso de los hielos marinos durante el verano boreal de 2020 en el mar de Laptev fue el más temprano que se haya observado en la era satelital.
La capa de hielo de Groenlandia continuó perdiendo masa. Si bien el balance de masa superficial se acercó a la media a largo plazo, la pérdida de hielo debida a desprendimientos de témpanos se situó en el extremo superior del registro satelital de 40 años. En total, se perdieron aproximadamente 152 Gt de hielo de la capa de hielo de Groenlandia entre septiembre de 2019 y agosto de 2020.
La extensión de hielo marino en la Antártida se mantuvo cerca de la media a largo plazo. No obstante, el manto de hielo antártico ha mostrado una fuerte tendencia a la pérdida de masa desde fines de los años noventa. Esta tendencia se aceleró en torno al año 2005 y, en la actualidad, la Antártida pierde aproximadamente entre 175 Gt y 225 Gt por año, debido a los crecientes caudales de los principales glaciares de la Antártida occidental y la península antártica.
Una pérdida de 200 Gt de hielo por año corresponde a alrededor del doble del caudal anual del río Rin en Europa.
Crecidas y sequías
En 2020 se produjeron lluvias intensas e importantes inundaciones en grandes zonas de África y Asia. Las fuertes lluvias e inundaciones afectaron a la mayor parte del Sahel y del Gran Cuerno de África y provocaron una invasión de langostas del desierto. En el subcontinente indio y las zonas vecinas, China, la República de Corea, el Japón y algunas zonas de Asia Suroriental, también se registraron precipitaciones inusualmente elevadas en diferentes momentos del año.
En 2020, una grave sequía azotó numerosas partes del interior de América del Sur, donde las zonas más afectadas fueron el norte de la Argentina, el Paraguay y las zonas fronterizas occidentales del Brasil. Se estima que en el Brasil las pérdidas agrícolas ascendieron a casi 3 000 millones de dólares de los Estados Unidos, y también se registraron pérdidas en la Argentina, el Uruguay y el Paraguay.
La sequía prolongada persistió en algunas partes del sur de África, especialmente en las provincias de Cabo Septentrional y Cabo Oriental de Sudáfrica; sin embargo, las lluvias invernales contribuyeron a la constante recuperación de la situación de sequía extrema que alcanzó su nivel máximo en 2018.
Calor e incendios
En una amplia región del Ártico siberiano, las temperaturas en 2020 superaron la media en más de 3 °C, y se registró una temperatura récord de 38 °C en la localidad de Verkhoyansk. Asimismo, se produjeron grandes y prolongados incendios forestales.
En los Estados Unidos, los más grandes incendios jamás registrados se desataron a finales del verano y en otoño. La sequía generalizada contribuyó a los incendios, y el período de julio a septiembre fue el más caluroso y seco observado en el suroeste. El Valle de la Muerte (California) alcanzó 54,4 °C el 16 de agosto, la temperatura más alta de la que se tiene conocimiento en el mundo en, al menos, los últimos 80 años.
En el Caribe se produjeron importantes olas de calor en abril y septiembre. En Cuba, el 12 de abril se marcó un nuevo récord nacional de temperatura de 39,7 °C. Debido al calor extremo que se prolongó durante septiembre, se registraron récords nacionales o territoriales en Dominica, Granada y Puerto Rico.
Australia batió récords de calor a principios de 2020, con la temperatura más alta observada en un área metropolitana australiana, en el oeste de Sídney, donde Penrith registró 48,9 °C.
El verano fue muy caluroso en algunas partes de Asia oriental. El 17 de agosto, Hamamatsu (41,1 °C) igualó el récord nacional del Japón.
Una serie de sequías y olas de calor azotaron Europa durante el verano de 2020, aunque, en general, no fueron tan intensas como las de 2018 y 2019. En el Mediterráneo oriental, el 4 de septiembre se superaron récords históricos en Jerusalén (42,7 °C) y Eilat (48,9 °C), tras una ola de calor que se produjo a finales de julio en Oriente Medio, cuando se registraron 52,1 °C en el aeropuerto de Kuwait y 51,8 °C en Bagdad.
Ciclones tropicales
La temporada de huracanes del Atlántico Norte de 2020, en la que se produjeron 30 tormentas con nombre, alcanzó el número máximo jamás registrado de tormentas con nombre. En los Estados Unidos de América, se registró un récord de 12 llegadas a tierra, con lo que se superó el récord anterior de 9 llegadas a tierra. El huracán Laura alcanzó una intensidad de categoría 4 y llegó a tierra el 27 de agosto en el oeste de Luisiana, donde provocó importantes daños y pérdidas económicas por valor de 19 000 millones de dólares. También se relacionó al huracán Laura, en su etapa de desarrollo, con los graves daños causados por las crecidas en Haití y la República Dominicana.
La última tormenta de la temporada, Iota, fue también la más intensa y alcanzó la categoría 5 antes de llegar a tierra en América Central.
El ciclón Amphan, que tocó tierra el 20 de mayo cerca de la frontera entre la India y Bangladesh, fue el ciclón tropical que más costos entrañó en el océano Índico septentrional desde que se iniciaron los registros; en la India, las pérdidas económicas se estimaron en aproximadamente 14 000 millones de dólares.
El ciclón tropical más intenso de la temporada fue el tifón Goni (Rolly). Atravesó el norte de Filipinas el 1 de noviembre, con una velocidad media del viento (10 minutos) de 220 km/h (o superior) cuando llegó a tierra inicialmente, una de las llegadas a tierra más intensas jamás registradas.
El 6 de abril, el ciclón tropical Harold causó un impacto considerable en las islas septentrionales de Vanuatu, donde afectó al 65 % de la población; además, provocó daños en Fiji, Tonga y las Islas Salomón.
A principios de octubre, la tormenta Alex generó vientos extremos en el oeste de Francia, con ráfagas de hasta 186 km/h, acompañados de lluvias fuertes en una amplia zona. El 3 de octubre fue el día más lluvioso, promediado por zona, jamás registrado en el Reino Unido, con una media nacional de 31,7 mm; asimismo, se produjeron precipitaciones extremas cerca de la costa mediterránea, en ambos lados de la frontera entre Francia e Italia, con totales de 24 horas que superaron los 600 mm en Italia y los 500 mm en Francia.
Otras tormentas violentas que cabe mencionar son las tempestades de granizo que ocurrieron en Calgary (Canadá) el 13 de junio, con pérdidas aseguradas superiores a 1 000 millones de dólares, y en Trípoli (Libia) el 27 de octubre, con pedriscos de hasta 20 cm y condiciones inusualmente frías.
Consecuencias de la COVID‑19
De acuerdo con la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, más de 50 millones de personas se vieron doblemente afectadas en 2020 por los desastres relacionados con el clima (crecidas, sequías y tormentas) y por la pandemia de COVID‑19. Esta situación ha agravado la inseguridad alimentaria y ha sumado otra dimensión de riesgo a las operaciones de evacuación, recuperación y socorro vinculadas con fenómenos de efectos devastadores.
El ciclón Harold, que azotó Fiji, las Islas Salomón, Tonga y Vanuatu y fue una de las tormentas más fuertes jamás registradas en el Pacífico Sur, provocó aproximadamente 99 500 desplazamientos. Las cuarentenas y los confinamientos establecidos a causa de la COVID‑19 obstaculizaron las operaciones de respuesta y recuperación, lo cual demoró el suministro de equipos y asistencia.
En Filipinas, aunque se evacuó preventivamente a más de 180 000 personas antes de que pasase el ciclón tropical Vongfong (Ambo) a mediados de mayo, la necesidad de medidas de distanciamiento social obligó a transportar a los residentes en números reducidos y la capacidad de los centros de evacuación debió reducirse a la mitad.
En el norte de América Central, alrededor de 5,3 millones de personas necesitaron asistencia humanitaria, entre otras 560 000 desplazados internos antes del comienzo de la pandemia. Por lo tanto, las respuestas a los huracanes Eta e Iota se llevaron a cabo en un contexto de complejas vulnerabilidades interrelacionadas.
Inseguridad alimentaria
Tras decenios de disminución, la inseguridad alimentaria viene aumentando desde 2014 como consecuencia de los conflictos y la desaceleración de la economía, así como de la variabilidad del clima y los fenómenos meteorológicos extremos. En 2019, casi 690 millones de personas, es decir, el 9 % de la población mundial, estaban subalimentadas y unos 750 millones (casi el 10 %) sufrieron altos niveles de inseguridad alimentaria. Entre 2008 y 2018, las consecuencias de los desastres generaron un costo para los sectores agrícolas de los países en desarrollo superior a 108 000 millones de dólares en concepto de daños o pérdidas de la producción agropecuaria. De acuerdo con la FAO y el PMA, el número de personas clasificadas como personas que viven en condiciones de crisis, emergencia y hambruna había aumentado a casi 135 millones de personas en 55 países en 2019.
Los efectos de la pandemia de COVID‑19 perjudicaron a los sistemas agrícolas y alimentarios, lo que se tradujo en una inversión de las trayectorias de desarrollo y un retraso del crecimiento económico. En 2020, la pandemia afectó en forma directa a la oferta y la demanda de alimentos, lo que ocasionó perturbaciones en las cadenas de suministro locales, nacionales y mundiales, y puso en riesgo el acceso a los insumos, recursos y servicios agrícolas necesarios para respaldar la productividad agrícola y velar por la seguridad alimentaria. De acuerdo con la FAO, las restricciones de circulación, agravadas por los desastres relacionados con el clima, representaron desafíos considerables para la gestión de la inseguridad alimentaria en todo el mundo.
Desplazamientos
Durante el último decenio (2010‑2019), se estima que los fenómenos meteorológicos provocaron, en promedio, 23,1 millones de desplazamientos de personas por año, la mayoría de los cuales se produjeron dentro de las fronteras nacionales, de acuerdo con el Observatorio de Desplazamiento Interno. Durante el primer semestre de 2020 se registraron alrededor de 9,8 millones de desplazamientos, que obedecieron, en gran parte, a peligros y desastres hidrometeorológicos y ocurrieron principalmente en el sur y sureste de Asia y en el Cuerno de África.
Se prevé que, con los acontecimientos que tuvieron lugar durante el segundo semestre del año, incluidos los desplazamientos vinculados a las inundaciones en la región del Sahel, la activa temporada de huracanes del Atlántico y los impactos de los tifones en Asia suroriental, el total del año se acercará a la media de la década.
De acuerdo con la OIM y la ACNUR, numerosas situaciones de desplazamiento provocadas por fenómenos hidrometeorológicos han pasado a ser desplazamientos prolongados para algunas personas que no pueden volver a sus hogares o que no disponen de opciones para integrarse a escala local o asentarse en otros lugares. Estas personas también pueden verse afectadas por desplazamientos reiterados y frecuentes, que dejan poco tiempo para recuperarse entre una conmoción y la siguiente.
Enseñanzas y oportunidades para reforzar la acción climática
Según el FMI, si bien la actual recesión mundial causada por la pandemia de COVID‑19 podría dificultar la adopción de las políticas necesarias para la mitigación, también ofrece la oportunidad de conducir a la economía por un camino más verde impulsando la inversión en infraestructura pública ecológica y resiliente, y así, favorecer el producto interno bruto y el empleo durante la fase de recuperación.
Las políticas de adaptación destinadas a fortalecer la resiliencia al cambio climático, como las inversiones en infraestructura resistente a los desastres y en sistemas de alerta temprana, la distribución del riesgo mediante los mercados financieros y la creación de redes de protección social, pueden limitar el impacto de las conmociones relacionadas con el tiempo y ayudar a acelerar la recuperación de la economía.
Fuente : Organización Meteorológica Mundial